Había vivido toda su vida detrás de la sombra de Federer. Incluso había declarado que para él Roger siempre sería "el número uno". Pero tras lo demostrado el día de ayer en la final del Australian Open 2014, con ese 6-2, 6-2, 3-6 y 6-3 parece ser que este hombre nacido en Laussane hace 28 años quiere empezar a escribir su propia historia. Stanislas Wawrinka dio el golpe, sí, pero con lo demostrado en la cancha justifica su hermosa copa.
No fue un partido en que el suizo haya salido a especular, es más, tomó la iniciativa desde el primer punto, algo que siempre hay que buscar cuando te enfrentaste a 'monstruos' de la talla del Rafa Nadal. Así, con una derecha que metía todas, se coocó dos sets arriba. En la previa Nadal venía con una ampolla en su mano izquierda que no le permitía jugar del todo cómodo, pero en pleno partido surgió un contratiempo inesperado: fuertes dolores lumbares le obligaron hasta pedir al trainer del torneo en el final del tercer set. Presumiblemente se le dieron unos analgésicos y sutieron efecto pronto, pues Nadal descontó en ese momento y se adjudicó el tercer set por 6-3.
Para el cuarto set parece que el suizo recobró la memoria, cambió el chip y pudo volver a enfocarse en lo que había venido haciendo muy bien: el juego fuerte con su derecha abierta y la definición de revés paralelo. Su saque también fue sólido. Tras el triunfo, quizá aún sin creerselo el mismo, no se tiró al suelo ni gritó como loco como seguramente lo hubiese hecho su rival de turno. Como el mismo dijo en sus palabras de agradecimiento: "quizá mañana por la mañana recién pueda comprender la magnitud de esta victoria". Ahora es el nuevo número 3 del mundo y su futuro se asoma prometedor. Se viene la gira en clay por Sudamérica y Wawrinka dirá presente en Buenos Aires. A ver que tal le va en canchas más lentas.