jueves, 24 de diciembre de 2015
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miércoles, 23 de diciembre de 2015
Memorias de un aliancista (I): "¿Cómo me hice hincha blanquiazul?"
Amor a segunda vista
Debía tener nueve años la primera vez que pisé un estadio. Aquel día, quizá un domingo de invierno del año 1998, mamá me había preparado con mucha anticipación para ir al circo: ella con su mejor tenida y yo con una casaca de corduroy marrón que le encantaba endosarme siempre que salíamos a la calle. Nunca me ha gustado el circo, pero ya saben que a los nueve años uno no tiene mucho poder de decisión sobre las madres. Pero ese día se me ocurrió rogarle para que me lleve a ver un partido de fútbol. Luego de mucha insistencia, cedió ante mis rabietas: el problema era saber qué equipo jugaba aquel día. Y en dónde.
Yo aún no era hincha de nadie, lo único que me importaba era la moda del fútbol: todos mis amigos del colegio hablaban de la pelota. Vivíamos en Bellavista, en plena avenida Colonial, muy cerca al cruce con Faucett. Desde allí, la ruta más cercana era hacia el Estadio Nacional abordando unos buses largos y viejos de color azul con rojo que se conocían coloquialmente con el nombre de "Zárate-Callao". Recuerdo haber bajado en el cruce de 28 de Julio con la Vía Expresa y caminar, de la mano de mi madre, hasta la fachada norte de aquel coloso pimtado de un celeste plomizo. A mi lado, decenas de jovencitos de camisetas color crema amarillenta se empezaban a arremolinar bajo la enorme torre de aquella tribuna. "Tengo norte, oriente, compre, compre", vociferaban los revendores quienes nos cortaban el paso. Aquel día jugaba Universitario.
Lo que descubrí aquella tarde de domingo lo recuerdo muy bien, pues tuve la suerte de presenciar una de las últimas tradiciones futbolísticas peruanas que en aquel año ya estaban condenadas a la extinción: los dobletes. Debo de haber llegado cerca a las dos de la tarde, pues, luego de comprar dos entradas para la tribuna de oriente en boletería (haciendo caso omiso a la reventa), ingresamos a la mitad de un partido. Mi madre pensó que ya estabamos tarde porque el partido estaba en el entretiempo. Tuvo que preguntar a uno de los vendedores de canchita. "Es temprano señora, todavía no juega la U". En efecto, habíamos llegado con bastante anticipación al partido de fondo, que enfrentaría a Universitario con Deportivo Municipal. Ese Muni tenía como principal atracción a un tal "Lalo" Maradona, de quien decían era hermano del mismísimo Diego. A los nueve años, yo no sabía quién era ese tal Diego. La prensa deportiva ya vendía humo hace casi 20 años.
No recuerdo los rivales que se enfrentaban en el partido de antesala. Quizá haya sido el Lawn Tennis que también usaba al Nacional para jugar de local. Lo que sí llega fresca a mi memoria es el resultado del U-Muni: 3-1 a favor de la U con goles de sus dos delanteros negros: Esidio y Farfán, a quien todo el estadio llamaba "la foca". No sé si salimos antes de que termine el encuentro -costumbré que adquirí años después cada vez que iba solo a ver fútbol- pero sí que tuvimos que tomar taxi. A mi madre la daban mucho miedo los barristas violentos que la prensa de aquella época ya se animaba en construir.
Existen muchas razones para convertirse en hincha de un determinado equipo. Quizá tu padre te llevó por primera vez al estadio para ver al equipo de su preferencia y eso condicionó tu elección (como relata Nick Hornby en su Fiebre en las gradas) o simplemente te enamoraste de algún jugador en particular viéndolo por televisión. Otros son más pragmáticos en sus decisiones, como contó una vez el escritor Martín Roldán al preguntarle por su hinchaje aliancista: "Agradezco a mi viejo por haberme hecho aliancista [...] Por inculcarme ese amor por los colores". Y unos prefieren el esencialismo incluso "Yo era aliancista desde el vientre de mi madre". En cuanto a mi, puedo decir que mi padre sólo influenció mínimamente en mis preferencias por Alianza Lima. Él trabajaba en Huancayo y no vivía conmigo, por lo que tomé con pinzas el hecho de que él a su vez era aliancista. Nunca le pregunté el por qué. Hasta hoy no lo hago.
Había visto jugar en directo a la U, pero no me llamó la atención. Aún cuando en aquellos años era el mejor equipo del torneo peruano de lejos. Es más, mis primeros años de hincha aliancista coincidieron con la coyuntura deportiva del Universitario tricampeón 98-99-00. Hoy, ya con 27 años y muchas experiencias vividas gracias al fútbol, me atrevo a afirmar que percibir ese éxito en un equipo como la U me hizo inmediatamente identificarme con su rival tradicional, Alianza. Y de paso, indirectamente, coincidir en el hinchaje con mi padre. Un legado que hoy en día he replicado con mi hermano Marcelo de 14 años, quien se ha convertido en mi fiel compañero de aventuras tribuneras en el barrio de Matute.
Es cierto que los años finales de la década del noventa son de dulce recordación para todos los hinchas cremas. La antítesis somos los aliancistas. Yo lo tengo claro: me hice hincha de Alianza aquel 1998 en pleno campeonato conquistado por Universitario. Fue una pasión que vivía en solitario dentro de mi familia, pues con mi padre lejos de casa eran pocas las ocasiones para poder asistir nuevamente al estadio. Peor aún, todos mis primos (yo era el menor) eran cremas y cada fin de semana nos reuniamos en la casa de mi abuela Olga donde casi expresamente me hacían bullying cuando esa palabra aún no se conocía en el Perú. Recuerdo bien esos encuentros familiares, donde todos nos sentábamos alrededor de un único televisor grande Phillips con antena de conejo para ver los partidos de la U, pues a nadie le interesaba los de Alianza. Claro, a nadie excepto a mi.
Mi pasión por Alianza y el fútbol llegó de la mano de otro hábito que he convertido en religión hasta el día de hoy: la lectura. Me volví en ávido lector de la revista Once, que dirigía el periodista Umberto Jara y contaba en ese entonces con las colaboraciones de los hoy reconocidos Daniel Peredo y Fernando Egusquiza. La compraba sin falta todos los lunes a S/.3 soles en un kiosko cerca a la avenida San José. También había otra, El Gráfico, pero costaba dos soles más, cuestión que el escaso presupuesto de un chico de 10 años no podía financiar semanalmente.
Seguí coleccionando la revista hasta su desaparición, a fines del 2000. Aún las guardo en una caja vieja en un armario de mi cochera-depósito. Luego tuve que juntar algunas monedas más y cambiarme a El Gráfico, donde incluso salió publicada una carta mía en la sección "Cartas de los lectores" a finales del año siguiente. La reproduje y la enmarqué para la pared de mi dormitorio. Era una crítica a la falta de puntería de Waldir y el rendimiento de mi equipo en el torneo Clausura 2001. Ya para ese entonces me había convertido en un ferviente recolector de información de todo lo que tuviera que ver con el fútbol. Juntaba los album Navarrete de los Mundiales (no sabía que existían los Panini) y seguí especialmente a mi equipo en la conquista del título del año del centenario en 2001. Para ese entonces ya estaba en secundaria, pero aún seguía sin acudir mucho al estadio, pues como ya comenté siempre estaba supeditado a la presencia de mi papá en Lima. Ninguno de mis primos mayores quería llevar a Matute. Según decían, era un crimen traicionar sus colores.
Sin embargo, pese a la hegemonía de la U a fines de aquella década, recuerdo claramente dos finales que disputamos por aquellos años y seguí atentamente por televisión. La primera fue por el torneo Clausura 98 frente al Cristal, definida en tiempo extra con un gol de rebote de Andrés Mendoza ante el achique tardío del "loco" Del Mar. El díscolo arquero aliancista era mi ídolo de chibolo. Seguí su carrera todos esos años y volví loca a mi madre para que me comprara un uniforme de dálmata igualito al suyo, pues yo quería ser arquero. (Sobre esta historia volveré en el siguiente post). La segunda final perdida fue la del título nacional frente a la U, la de la recordada frase "en tu cara di la vuelta", cuestión que hasta el día de hoy no entiendo, ya que el partido de vuelta, en Matute, lo ganó Alianza bien por 1-0. (Sí, ya sé que en la ida perdimos 0-3 en el Nacional, pero no sé con qué cara de palo das una vuelta olímpica después de haber perdido un partido).
La cuestión es que mi hinchaje, en aquellos años, se curtió por las derrotas ante los grandes rivales más que por la victorias o títulos obtenidos. Quizá eso jugó a mi favor, pues no me obnubilé por triunfos efimeros y valoré mucho más el hecho de que, al año siguiente del tan mentado tricampeonato de Universitario, nos coronaramos campeones en nuestro año del centenario. Allí ya vivía en Lince, mi madre se había vuelto a casar y dado a luz a mi hermano Marcelo y yo ya estaba en 2do de secundaria en el colegio La Salle. Pero esa ya es otra historia.
Etiquetas:
Alianza Lima,
Crónicas,
Fútbol
Ubicación:
Lima, Perú
miércoles, 29 de julio de 2015
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