domingo, 14 de febrero de 2016

Memorias de un aliancista (III): Alianza Lima celebra 115 años de grandeza


Soy hincha de Alianza desde 1998. A la tierna de edad de nueve años pude discernir entre los placeres efímeros que otorgaban los títulos del eterno rival crema (tricampeón 98-99-00) y el preferible sabor dulzón de la sed a revancha que te dejan las derrotas. Una pulsión de muerte me llamaba insistentemente a identificarme con el malherido, con el compadre en desgracia ante las constantes burlas de mis primos en una época donde el término "bullying" aun no existía en la imaginación popular peruana. Alianza significó para mi no el primer amor, sino mas bien la primera ilusión. Esa posibilidad de imaginarme poderoso y vencedor en cualquier rincón del país. Así como alimentaba mi imaginación infantil vistiéndome de azul y blanco, celebrando en un arco de patio de escuela generalmente vacío, así también de simples eran las motivaciones que albergaba mi corazón: nunca me ha gustado lo fácil, así que menos aún iba a apostar por identificarme con el equipo que "siempre lo ganaba todo". Ese Universitario de finales de la década de los 90 parecía casi imbatible. 

 

La Historia es una narrativa en continua construcción. De ahí que no pasara mucho tiempo para encontrar ciertas experiencias paliativas de goce, lo que el psicoanálisis de Lacan ha denominado "goces parciales". Alianza se consagró campeón en su año de centenario (2001) y dio inició a lo que fue una de las décadas más exitosas en la historia del club, alzándose con el trofeo en 2003, 04 y 06. Este tipo de éxitos, si bien condenados siempre a la inmediatez, serán siempre necesarios en el aficionado e hincha del fútbol. Los campeonatos de su club son cruciales al momento de sostener la ilusión futbolera en un país tan tradicional como el nuestro, pues si no existieran este tipo de goces parciales, quizá la fe en los proyectos de los equipos disminuiría. Aun a pesar de encontrar las famosas frases de cliché como "en las buenas y en las malas", que casi sin excepción solo se cumplen con Alianza.  

¿Qué nos hace distintos a los hinchas aliancistas del resto? Algunos nos critican de que preferimos la quimba y las paredes en la cancha, insinuando incluso algún sesgo homofóbico. Otros enarbolan la bandera del sufrimiento, tanto en la propia historia del club (la tragedia del Focker) como en el estilo de juego, que por apostar justamente por la elegancia se pierde de vista el marcador y se termina "ajustando" sobre el final. Yo tengo una lectura distinta. Hasta el día de hoy se me eriza la piel cada vez que cruzo la puerta del Hall de Socios en Occidente, justo al lado de la estatua de la Virgen, e ingreso a la tribuna, que me recibe siempre llena. Veo familias, parejas, solitarios, jubilados, vendedores y también turistas. Los de verdad, los que no tienen pasaporte guinda, pero que saben que un buen recuerdo de Lima será presenciar en vivo un partido del gran Alianza en Matute. Todas las sangres, como diría Arguedas. 



Y quiero a Alianza porque, como recuerda el profesor Aldo Panfichi, es una tradición que pasa de generación en generación, de abuelos a padres y de padres a hijos. En mi caso, el legado íntimo tiene en mi familia un buen guardián en mi hermano Marcelo, de 14 años. Marcelo, desde hace 4 años, se ha convertido en mi compañero inseparable en Matute, lugar sagrado al que no puedo ir sin que él este a mi lado, primero de la mano, hoy cada uno junto al otro, en un lazo que trasciende lo genético y se transforma en una amistad. Él, que mide 10cm más que yo, intimida con su presencia y no necesita ya de mis cuidados al recorrer las peligrosas calles de La Victoria. Espero seguir compartiendo con él muchos partidos más y, lo más anhelado, un campeonato más, el primero que él vería directamente en el templo. Como van las cosas, con Alianza Lima celebrando sus 115 años en la punta del torneo e invicto, parece factible.

Aquí algunos vídeos de las celebraciones del club en años anteriores: