jueves, 28 de enero de 2016

Corrupción en el fútbol: la enigmática relación entre barras bravas y abogados


En cada partido, un barrista debe lidiar con dos enemigos. Al frente, en la otra tribuna, los encarnizados rivales del equipo contrario provocan con cánticos ensordecedores y pifias humillantes. Una vez afuera –y antes del partido incluso- los barristas están expuestos al control policial que casi siempre hace bien su trabajo: atrapan a un par en cada partido. ¿Quién los ayuda?, ¿Quién los defiende? Esta es una historia detrás del espejo. De aquellos juristas que prefieren patrocinar a un ‘Bolón’, a un ‘Juancho’ o a un ‘Gordo’ sin importarles el qué dirán y de los policías ‘amistosos’ que prefieren hacerse los ciegos a cambio de una generosa contribución.

- Arregla de una vez ‘gordo’, vas a perder- dijo César.
- ¿Cuánto tiempo me queda para que me pasen al otro lado?- preguntó sin demostrar miedo el barrista.

Estaban en la comisaría de Pueblo Libre, rodeados de dos policías que trataban de escuchar su conversación a toda costa. Una hora antes, el ‘gordo’ había caído a manos de 3 efectivos de serenazgo que realizaban su ronda nocturna de rutina: lo habían atrapado realizando tiros al aire en plena calle. El barrista, descubierto en plena falta, no pudo replicar mucho en su defensa: lo encontraron ebrio, mal vestido y sin documentos. Había estado en una celebración callejera con algunos barristas más, festejando en medio de un mar de alcohol la victoria del Alianza Lima.

- ¿Cómo es jefe?- preguntó César al policía que se encontraba al lado. 

La situación se tornaba peligrosa ya que el ‘gordo’ había llegado hasta la comisaría. En una redada, lo normal para barristas y policías es que arreglen ahí mismo, antes de que lo levanten hasta la comisaría. El arreglo varía de acuerdo al delito por el que se le ha detenido y va desde 50 soles por robar un celular hasta 1000 soles por delito de lesión leve o tenencia ilegal de armas. Estás tres situaciones son los delitos más frecuentes que se le imputan a los barristas. El homicidio es muy raro, pero a veces ocurre.

- Por el arma, no va a ser barato- contestó el agente policial, frotándose los dedos en la típica señal universal para referirse al dinero.

Resignado, en una celda estrecha y de olor nauseabundo, el ‘gordo’ tuvo que arreglar. Barrista experimentado a sus 31 años, estaba a punto de terminar sus estudios de ingeniería en la universidad Garcilazo. La coima, que ascendió a 1000 soles, lo dejó sin dinero para pagar un ciclo más de universidad. 


Malos elementos
“Los que caen en batidas son los chiquillos, aunque no siempre. Sin embargo, es sabido que en el 85% de los casos se soluciona ‘al momento’ con la policía mientras que el otro 15% a veces se complica más y llegan a ser detenidos”, comenta JD, joven abogado de la universidad católica que prefiere mantenerse en el anonimato debido a posibles represalias de barristas enemigos. Él ha tenido y visto de cerca muchos casos en los que estaban involucrados sus amigos de la tribuna.

La detención de un barrista involucrado en alguno de los delitos antes mencionados –robo agravado, tenencia ilegal de arma o lesiones leves- forma parte de un proceso que funciona a modo de cadena: hay pasos que se van dando conforme se ‘arregle’ o no. 

Lo primero que se hace una vez detenido el presunto delincuente es llevarlo a la comisaría. Como no se puede detener ninguna persona por más de 24 horas sin encontrar pruebas, lo que hacen muchos malos elementos de la policía es sembrarle droga. Según explica JD, lo hacen para “poder retenerlo más tiempo ya que los únicos delitos que permiten dejar encerrado a alguien son los de terrorismo y tráfico ilícito de drogas”. Así, la policía cuenta hasta con 15 días para realizar su investigación en busca de pruebas, de lo contrario el barrista sale libre.

Luego, si es que existen indicios de culpabilidad, es trasladado a la fiscalía. El fiscal decide si el implicado tiene o no suficientes pruebas en su contra como para pasar al último eslabón de la cadena: ver al juez. Es el juez quien, basándose en las pruebas, determina si se le abre instrucción o se archiva el caso.


Relaciones legales e ilegales
¿Cómo es que algunos abogados arriesgan su prestigio defendiendo causas casi indefendibles? ¿Cómo llegan a patrocinar a un barrista arrestado con muchas pruebas en contra? La situación es más sencilla de lo que parece: el barrista –o la familia- contrata a abogados conocidos, muchas veces amigos del barrio o incluso ex barristas que decidieron cambiar las piedras de los ‘guerreos’ (enfrentamiento entre barras bravas) por los libros.

César P, quien también ha apoyado a muchos barristas –entre ellos el ‘gordo’- afirma que lo hace ad honorem ya que en muchas ocasiones los barristas son de condición humilde y sin recursos económicos para solventar su defensa. No obstante, como bien apunta JD, en esos casos son los barrios los que apoyan y hasta realizan colectas a favor del miembro caído, que sirven para pagar al abogado –si es que cobra- o para su comida mientras esté tras las rejas.

A pesar de los actuales esfuerzos del Ministerio del Interior por controlar a las barras bravas, es evidente que la policía no asume su verdadero papel y les tiran la pelota a los clubes, argumentando que deben empadronarlos. Tanto César como JD coinciden en que se debería fiscalizar primero a la policía, ya que según los abogados es en los propios policías donde empieza la cadena de corrupción que desde hace muchos años ha existido entre ellos y las barras.

Mientras los barristas sigan sabiendo de que con un poco de dinero van a poder comprar su libertad, van a continuar con los disturbios de siempre. Una historia poco conocida en las afueras, pero que es lugar común en la idiosincrasia de barristas y policías. Una relación de mutua necesidad: barristas que necesitan carta libre para delinquir y malos elementos policiales que quieren dinero fácil a cambio de hacerse de la vista gorda.

martes, 19 de enero de 2016

Aldo Panfichi: entrevista al profesor de la Pontificia Universidad Catolica del Perú PUCP e hincha de Alianza Lima


Conversamos con Aldo Panfichi, sociólogo y profesor principal de la PUCP, sobre una de sus mayores pasiones: Alianza Lima. Heredero de una tradición familiar futbolera y política, ha ido hilvanando jugadas en pared entre estos dos sentimientos a lo largo de su vida. Incluso en el fútbol, la política está muy presente en él,  pues los grandes cambios a nivel institucional del club Alianza que están peleando un grupo de socios hace años, implicaba constantes negociaciones y búsqueda de consensos así como intensas disputas. Ha dedicado varios años de su labor académica a entender la importancia del fútbol en nuestra sociedad y cómo Alianza Lima ha logrado ganarse el cariño de la mitad más uno del país.

Aldo, ¿en dónde naciste, de qué barrio eres?
Yo nací en Lince, donde vivió mi familia paterna desde mucho tiempo antes de que yo naciera.


¿De qué calle exactamente?
Mi abuelo Héctor tenía una pequeña panadería en la calle Tomas Guido con la Av. Militar. La casa familiar quedaba en la calle Merino (cuadra 20) a dos cuadras del mercado, aunque mi abuelo también tenía otra panadería en Barrios Altos, en jr. Ancash, cerca a la Plazuela de la Buena Muerte.

¿Cómo se vivía el fútbol en tu época de niño, qué recuerdas?
Yo he jugado pelota en la calle Risso, por el colegio República de Chile, en la época que no habían muchos carros y se podía jugar tranquilamente. Inicialmente era arquero, admiraba a la “Araña Negra” Lev Yashin. A los 14 o 15 años me hice amigo de un grupo de muchachos que vivían en el pasaje Rodadero, y ahí fui haciendo mi barrio. Participamos en los campeonatos de Interbarrios. Recuerdo que hicimos una colecta para comprarnos camisetas como las del  Boca Juniors y que entrenábamos en el Parque Castilla. Mi padre fue fundador del Club Vallejos Bosso, y tenía una intensa vida asociativa, así que de pequeño estaba familiarizado con las asambleas y reuniones de socios y con los partidos de fútbol y las maratones.  Luego mi padre compró una casa en Chorrillos y me fui a vivir a ese distrito hasta que me independicé ya estando en la universidad.


¿Cómo nace tu afición por Alianza?
Yo vengo de una familia aliancista. Mi padre era hincha de Alianza y mi abuelo también. Mi abuelo vino en el año 1920 de Tarapacá como repatriado en el contexto de la postguerra con Chile. Era insostenible vivir allá por esos años. Vino con mi abuela, mi tío Orestes y otras tías. Mi abuelo en Lima se hizo hincha de Alianza y de allí pasó a mi padre Ítalo y bueno yo soy de la tercera generación de aliancistas en casa. 


¿Tu cariño por Alianza es muy temprano, entonces?
Sí, prácticamente desde que nací. Mi recuerdo más temprano es escuchando por radio los partidos de Alianza junto a mi padre, cerrar los ojos e imaginar que estas allí en el estadio. Claro, los relatos de la radio eran memorables y eso ayudaba. Junto con la identificación por Alianza también desarrollé una identificación política con el pueblo y esto también era familiar.  Mi abuelo era socialista en Chile y cuando vino al Perú se volvió aprista; mis ancestros paternos eran de Ancona (Italia) y eran anarquistas, uno incluso estuvo preso en Italia por ser parte del entorno del ideólogo Errico Malatesta. Para mí y para mi abuelo y mi padre, Alianza era el pueblo que defendía esta identidad en un campo de juego. Mi afición por Alianza era una afiliación familiar pero también una opción política.


¿Qué te contaba tu padre de su vivencia del fútbol y por Alianza?
De niño me llevaba a jugar a los campos de Lince y tenía un club que todavía existe: el César Vallejo. Mi padre fue fundador de ese club de barrio. También llegó a ser presidente. Mi viejo Ítalo, a quien le decían el “Bambino” de cariño, me contaba de los grandes jugadores que él había visto jugar en Alianza. Me contaba también de la injusticia y del racismo que había con los jugadores negros. Me aleccionada diciendo que eso no debía permitirse y que no debía mirar al costado sino enfrentarlo, obviamente mi madre no estaba de acuerdo, pero él me decía “¿somos de Alianza, no?”. Recuerdo que me contaba que en una época a los jugadores de Alianza los llamaban los Húngaros de la Victoria, y que estuvo en el estadio cuando el feo salinas les lleno la canasta a los rivales de enfrente.


¿Cómo era tu familia en términos de clase social?
Éramos de clase media baja. Mis abuelos vinieron como repatriados de Tarapacá, perdieron todo y se vieron obligados a subir al barco con pocas cosas. Mi abuelo era panadero; mi padre se hizo electricista y puso un taller y un negocio de repuestos de automóviles en La Victoria y luego una pequeña fábrica de baterías. Vivíamos en Lince pero desde chico iba a la Victoria, muchas veces caminando para ayudar a mi padre en el negocio. Fui conociendo La Victoria, Manco Cápac, el Porvenir, la Parada. Eso reforzó mi hinchaje por Alianza.


¿En qué momento ya comienzas a ir al estadio?
Mi recuerdo más temprano era cuando me escapaba con unos compañeros del colegio Víctor Andrés Belaúnde de Santa Catalina. El colegio tenía unos muros chatos y por ahí nos escapábamos para ir a ver entrenar a Alianza. Nos íbamos hasta Barranco, a la cancha Unión,  y allí también subíamos al muro y nos descolgábamos para verlos entrenar. Ahí vi jugar a Barquero y Cueto desde juveniles. Entonces, mis primeros recuerdos eran yendo a los entrenamientos de Alianza. Después fui al estadio; primero con mi tío Orestes que a pesar que era de la U me llevaba a ver a Alianza junto con mis primos. Mi papá era recontra chamba, trabajaba de lunes a sábado en el negocio y el domingo prefería descansar. Con él funcionaba la radio y las platicas domingueras.


¿Y qué recuerdas de tus primeras sensaciones y emociones de estar en la tribuna?
Mi primera imagen del estadio (Nacional) es subiendo las escaleras, corriendo, y de pronto llegar a la parte superior y sentir un flash de luz que te ciega por unos segundos hasta que aparece la multitud, que ruge y grita. Era como un deslumbramiento y mi corazón latía a 100. Recuerdo que la primera vez que viví eso dije “esto es lo mío”. Es como un acto fundacional subir esas escaleras corriendo con mis amigos. Me quedé enamorado de las sensaciones de la tribuna. Me cautivó las bromas, los chistes a los jugadores o al vendedor de golosinas o canchita. Conocí a personajes y guapos de toda laya, con ellos nos abrazamos cuando Alianza metía un gol pero también con quienes gritábamos lisuras y amenazábamos a los rivales y árbitro de turno. Era una camaradería y complicidad entre aliancistas. Había un humor satírico, nos burlábamos no solo de los rivales sino también de nuestros propios jugadores cuando perdían goles.


Tuviste una infancia futbolera
Así es. Yo recortaba de niño y adolescente las fotos de los jugadores de los periódicos y revistas, tenía mis cuadernos con las alineaciones, tenía mi pared llena de periódicos de los jugadores, alucinaba formaciones. Vivía obsesionado con el fútbol y con el Alianza. Lloraba amargamente cuando perdíamos y me sentía morir.  Solo mi viejo me comprendía, me abrazaba fuerte y decía: “no llores, el próximo domingo nos desquitamos”. Sí, ya era parte de una suerte de culto, hasta el día de hoy.  No sé pero para mí Alianza es un sentimiento visceral, fuerte, irrenunciable.

En tu época de universitario había una gran politización en los jóvenes, ¿cómo vives el fútbol en ese contexto?
Hubo un tiempo en que la política me alejó un poco del fútbol. Incluso en el colegio (poco antes de terminar la secundaria) yo simpatizaba con el FERS (Frente Estudiantil Revolucionario Secundario). Este FERS apoyaba a los profesores que eran del SUTEP. Me metí más en la política, en las huelgas, en las marchas y enfrentamientos con la policía.  Cuando ingresé a la universidad tuve una crisis porque yo tenía una relación muy cercana con mi padre. Él siempre me apoyó en todo lo que yo quería, incluso en la aventura de estudiar sociología y no derecho que era su sueño.  Pero mi padre de joven perteneció a la juventud aprista y mi abuelo estuvo preso por distribuir clandestinamente el periódico La Tribuna en la época de la persecución contra el APRA. Mi abuelo estuvo preso por ello, incluso la casa de los abuelos fue visitada por la policía y mi abuelita Eufemia siempre recordaba con emoción como la policía destruyo sus muebles buscando documentos que incriminaran al abuelo. Entonces, cuando entro a la universidad me encuentro con la historia de la convivencia, con la alianza con Odría, con el Apra Rebelde y la guerrilla del 65.  Para mí fue un descubrimiento y sentí que mi padre me había engañado, que no me había contado toda la historia, solo el martirologio y el sufrimiento de tener una opción de justicia social.  Lo encaré malamente y aun ahora me arrepiento.  Él se defendía diciendo que todo era una campaña contra el partido, que me habían envenenado el alma en la universidad, que son calumnias. Empezó un largo proceso de deterioro de la relación con mi familia paterna. Varias veces me fui de la casa.


Había contradicciones entre el fútbol y la política…
En esos años yo seguía siendo aliancista pero mi foco estaba en la política de izquierda. Igual siempre trataba de ir al estadio de cuando en cuando. Descubrí también que la mayoría de mis amigos de la izquierda de mi generación éramos aliancistas. A veces organizábamos las reuniones tratando de que no choque con los partidos, aunque esto lo hacíamos sin delatar el verdadero motivo. No decíamos que nos gustaba el fútbol o que íbamos al estadio porque era mal visto por nuestros dirigentes de entonces que nunca habían pateado una pelota. Palomilla de ventana les diríamos ahora. La política nos gobernaba pero yo siempre le sacaba la vuelta a esas posiciones radicales, y me fugaba a ver al Alianza inventando mil y un pretextos.

   
Avanzando un poco más en el tiempo, ¿cómo recuerdas a la generación de los potrillos en los años 80? ¿Cómo te marcó la tragedia?
Esa generación era la esperanza de todos. Yo en esa época ya trabajaba y tenía mi viejo pero cumplidor auto Volkswagen escarabajo. También ya estaba de enamorado que quien es hoy mi esposa. Ella había llegado a Lima el día anterior al 8 de diciembre. Yo fui a recogerla muy temprano donde ella se hospedaba y nos estábamos yendo a una entrevista. Entonces prendo el radio y estaba la noticia que se había caído el Fokker. Yo recuerdo un gran aturdimiento. Me estacione en el restaurante Tip Top de la Av. Arenales. Se me salían las lágrimas, entonces le dije a mi enamorada que no la podía acompañar, que quería estar solo y que la veía más tarde. Luego prendí el auto y comencé a dar vueltas y más vueltas escuchando la radio y parando de vez en cuando, al final terminé en Matute. Las puertas del estadio ya estaban abiertas, bajé, ingresé y me senté en la tribuna en silencio; otros llegaban y hacían lo mismo.  Nos mirábamos a la cara sin decir nada. Ahí fue que dije que tenía que ser socio y hacer algo por Alianza.


¿Y tu esposa también comparte tu afición por Alianza?
Sí. Poco antes de la tragedia yo le había preguntado si le gustaba el fútbol, entonces ella me dice que no había tenido oportunidad de ir al estadio pero que sí le gustaba el fútbol. Seguidamente le pregunto de qué equipo era aficionada y ella me responde de Alianza. ¿Y por qué?, le repregunto. Y me dice que en sus entrevistas de una investigación sobre la Lima obrera de los años 30, ella entraba a la casa de los viejos trabajadores textiles que vivían en las quintas de La Victoria y en las paredes veía dos cuadros: el Señor de los Milagros y Alianza Lima. Y cuando hablaba con ellos le comentaban de la vida en la fábrica, de las luchas obreras, pero también del fútbol y de Alianza, y eso la identificó con el club. Eso para mí fue suficiente para dar el paso al matrimonio (risas).


Y ya en los años 90 te haces socio y te vas inmiscuyendo más en la parte institucional de Alianza…
Yo me voy a mi doctorado a EEUU a fines de los años 1980 y regreso en 1994. Me hago socio del club casi terminando el mandato de Pío Dávila (hacia el año 96 aprox.). Fui con Fernando Tuesta Soldevilla, quien ya era socio de Alianza, a mi primera reunión de Asamblea. Éramos solo 50 personas y nos reunimos en el Palco Azul. Poco tiempo después, con Masías de presidente, me presento en una reunión y digo que quería ayudar al club, y los dirigentes de esa época me dijeron que vaya a menores. Y en menores me encuentro con Constantino Carvallo, Salomón Lerner, Fernando Farah, Alberto Masías, Antonio Armejo, entre otros. Hicimos un trabajo más integral. El club no tenía dinero para invertir en menores o no les interesaba. Nosotros teníamos que solventar muchos de los gastos, buscamos financiamiento, o metíamos la mano al bolsillo. En esta época se hizo la Casa Hogar, se beca a los chicos para que estudien en los Reyes Rojos (Guerrero, Farfán, Aguirre, los hermanos Guisazola, etc.). Se trajo al entrenador Ospina de Colombia para que implemente un proyecto de formación de menores en Alianza. Mucho del trabajo estaba basado en la filantropía de la gente. A todos nos había golpeado la tragedia y nos acercamos al club para trabajar por una nueva generación de potrillos.


Y los dirigentes de esa época ¿cómo tomaron sus iniciativas?
Había mucho celo y eran escépticos de que una formación integral diera resultados. Ellos pensaban que los jugadores solo debían pegarle a la pelota. Nos decían: qué formación integral ni qué ocho cuartos, que Alianza no era una parroquia o un club pituco, que si queríamos experimentos que lo paguemos nosotros porque el club no tenia plata. Bueno eso hicimos por un tiempo. Yo creo que nos querían amedrentar.


¿Quién dirigía los menores en esa época?
El Cholo Castillo era el jefe de la Unidad de Menores. Nosotros llegamos para ayudar al Cholo. Ahora bien, el Cholo era el símbolo de la tradición. Nos conoció y nos aceptó porque veníamos a apoyar su trabajo. Tengo una anécdota con él: se venía un aniversario del club y el Cholo se me acerca y me dice que van a hacer un almuerzo en el Club Arequipa y que estoy invitado. Pero yo no había escuchado nada en Alianza. El Cholo había convocado a una reunión a cierta gente. Entonces fui y cuando abro la puerta y siento que todos me miran (era visto por la mayoría de los presentes como de otro grupo) yo me quedo parado. Entonces, el Cholo que estaba de espalda, voltea y se acerca a la puerta donde yo estaba. Me abraza y me dice “que bien que hayas venido”, y seguidamente me susurra “bienvenido a la familia”. Era como una especie de bendición que me estaba dando. En ese momento los demás asistentes se paran y me saludan efusivamente. Yo estaba feliz porque en mi interior sabía que había entrado al club. Antes estaba como socio, apoyaba a los menores muchas horas pero ahora ya era parte de la interna de Alianza.


¿Qué pasó después de esos primeros años de apoyo a los menores?
Todo el trabajo con menores lo hicimos en la época de Alberto Masías. En el 2001 me vuelvo a ir a EEUU pues me gané una posición como Visiting Scholar en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard.  Estuve hasta junio del 2003. Yo en la época de Masías también fui parte de su directiva, fui vocal y estuve en Menores (que es mi única experiencia en ese cargo). Había un sector del club que nos hizo la guerra, un sector tradicionalista que había manejado el club a través de pequeñas redes de amigos y parientes y que no querían cambios. Aparte de Menores, participé en el centenario del club con las fotografías, apoyando con el Libro de Oro, las publicaciones y actividades. Lamentablemente no pude estar todo el año, pues viajé a mediados de año a Estados Unidos. Tampoco participé de la campaña electoral que llevó a Cuchi Souza Ferreira a la presidencia, incluso no voté en esa elección por estar fuera del país.



¿Cómo era la vida institucional de Alianza en esos tiempos?
Era muy débil. Yo cuando me hice socio tuve que llenar unas fichas pero no estaba digitalizado. No había computadoras. Todo era manual y cada socio tenía unas fichas grandes donde se apuntaba a mano los aportes. Había una fuerte resistencia a poner la base de datos de los socios en forma electrónica y la verdad que no entendía el porqué. Masías hizo algo para romper ese estado de cosas: mandó de vacaciones al señor que se encarga del registro de socios. Se cambió la chapa de la oficina y se computarizó todo. Cuando el encargado regresó de vacaciones lo jubilaron. Había una resistencia a formalizar. Antes de Masías no había una política para reclutar socios. Esto cambió un poco con el Centenario donde por iniciativa del socio Arturo Durand se hizo una campaña en la Feria del Pacifico para atraer asociados. No había voluntad política. Yo tuve que ir a tocar las puertas de Matute para ser socio. Me dijeron que costaba 1,500 dólares y yo los pagué. La idea en ese entonces era manejar al club con pequeños grupos.


Entonces por tu viaje académico te vas fuera del país por dos años. ¿Y cuando regresas vuelves a ser parte de la vida institucional del club?
Me costó un poco más. Pero siempre estuve al día como socio. Volví a la PUCP que me había dado licencia, y además comienzo a trabajar en la consultoría internacional debido a que fui contratado para ello. Empecé a viajar bastante no solo dentro sino sobre todo fuera del país. Vuelvo a retomar los temas de Alianza hacia el 2005 cuando vi que la interna estaba muy mal y los amigos que hice en el club nuevamente estaban batallando.


En esta época ya estaba Cuchi Souza Ferreira y empieza a surgir un espíritu de cambio en determinados grupos de socios y en los propios hinchas y barristas…
Así es. A Cuchi no lo conocía más allá que su padre era don Alfonso Souza Ferreira.  En ese momento creo que Carlos Franco, que estaba en la directiva, asume la presidencia temporalmente porque Cuchi había pedido licencia. Comete a mi juicio un error. Tengo la convicción que Franco es una persona honesta e igualmente apasionada por Alianza como somos nosotros también. En esos días recibo la información que él hace un acuerdo con Augusto Claux y Salomón Lerner para convocar elecciones y estabilizar la situación interna del club, pero regresa Cuchi y desconoce el acuerdo. Entonces, se queda un tiempo más; se produce el robo de la contabilidad y la sospecha de malos manejos se dispara. Luego se convocan a elecciones pero se modifican los estatutos de tal manera que se incrementan los requisitos para que el socio Fernando Farah no sea elegible.  Al mismo tiempo se suspenden en sus derechos asociativos a otros socios para que no puedan ser parte de una lista competidora a la oficialista.

¿Cómo asumieron todo este problema y cuáles fueron los planteamientos?
La discusión de todos nosotros era “qué hacemos”. Hicimos una lista para inscribirnos, aunque sabíamos que Carlos iba a ganar, pues tenía todo el apoyo. La idea era presentar una lista para competir y decir aquí hay otro grupo de socios organizados que vamos a fiscalizar la gestión, pero la gente que rodeaba a Carlos lo aconsejaron mal y el comité electoral que respondía a Cuchi impidió la participación de la segunda lista tachándola. Entonces, al haber tacha hubo una infracción legal según los socios abogados que estaban en la lista. Se fue al Poder Judicial y se consiguió una medida cautelar por haber sido vulnerado el derecho de participación sin ningún tipo de justificación. Anularon las elecciones. Ahí perdió la oportunidad Carlos de ganar una elección. Otra vez Cuchi, que estaba detrás de todo esto, volvió para quedarse.


¿Es por esta época que van formando Alianza por el Cambio?
Parece que ya estaba como nombre, pero es en esta coyuntura que se va consolidando y yo participo con el grupo. Pero a Claux nunca lo dejaron participar. En la elección última estaba la lista de Tizón que era la herencia de Franco y Cuchi, y también estaba la lista de Claux donde yo participaba como vocal. Y nuevamente lo de siempre: el Presidente nombra al Comité Electoral donde los integrantes son sus patas. Juegan a tachar al resto. Nos sancionan a todos nosotros para que no participemos. Bloquean a toda nuestra lista para que solo quede la suya. Nosotros apelamos. En ese momento ya teníamos apoyo de socios disconformes. Hicimos una estrategia por medio del cual le preguntamos a un grupo de socios tener un plan B, una lista alternativa. Entonces, hicimos una lista con socios honestos. Pero nos faltaba un candidato que cumpla con los requisitos de los estatutos modificados. Ahí se comete el más grande error de todos: ir con Pocho Alarcón. Él que venía apoyando la lista de Franco se ofrece a encabezar la lista. Hay una conversa para aceptarlo y el argumento era que había 12 personas de la lista que lo iban a controlar. Sin embargo, para ser justos hay que decir que varios socios decían que éste era un sinvergüenza. No se escucharon estas voces. Además, Pocho que es un actor consumado pues juraba que todo era mentira y que él era una persona leal. Después los hechos demostrarían que este sujeto era sumamente avezado y ducho en el manejo del derecho. Pocho se tumbó a los 12 miembros de la directiva elegida que supuestamente lo iban a controlar y los reemplaza con su propio entorno de amigos de años o de gente que quería hacer negocios con él. 


¿Qué decisiones tomaron ustedes ante esta coyuntura nefasta?
Ahí nosotros dijimos que así como nosotros habíamos cometido el error de haberlo puesto en la cabeza de la lista, teníamos el compromiso de sacarlo debido a los estropicios que estaba realizando con el club. Fue una batalla feroz contra Pocho Alarcón, sus secuaces, comisionistas y escuderos. Esta fue una lucha por la defensa de la institucionalidad del club y allí incluso participaron activamente socios con los que teníamos diferencias pero todo esto quedó de lado ya que lo primero era salvar al club. Pocho se fue aislando, perdió el apoyo de su partido que terminaba su periodo de gobierno, entró en bancarrota económica y todo esto permitió sacarlo. Ahora está preso, mira dónde ha terminado.

 
¿Cómo afectó en el grupo de ustedes el antecedente de haber puesto a Pocho?
Fue muy duro, más aun cuando esto fue utilizado contra nosotros para atacarnos.  Fue un costo enorme. Lo conversamos muchas veces, reconocimos que cometimos un error, pero cumplimos en dar la batalla para sacarlo. Además, cuando Alianza iba a bajar a segunda categoría por falta de pago el grupo puso un dinero importante para que esto no ocurra. Es un dinero que no se ha recuperado pero esto se hizo sintiendo que era una responsabilidad del grupo y que había que poner el pecho. 


¿Cómo se encuentra Alianza en estos momentos a nivel institucional?
Con la crisis de Pocho Alarcón y de otros equipos, el gobierno decide intervenir en el fútbol en una coyuntura de crisis institucional que se debe a tres factores: a) la ausencia de resultados deportivos a nivel internacional (no hay competitividad); b) quiebre institucional, porque no eres capaz de pagar lo mínimo de tu club (estás quebrado); y 3) los depredadores, que se aprovechan del desgobierno y lucran con los activos del club, con lo cual el tema delincuencial y criminal (desfalco, robo, etc.) se hace presente en la institución. La confluencia de estos tres factores produce la hecatombe. Entonces es allí que se produce la intervención del gobierno.


¿Cómo se van proyectando ante la nueva realidad de tener al club intervenido?
Nosotros decidimos prepararnos porque había que entrar a una lógica más empresarial y moderna. Y asumíamos que dentro de Alianza no había otro grupo que pueda hacer este esfuerzo y sobre todo que contara con los recursos para ello. Es ahí que el grupo evoluciona y se forma la Promotora Blanquiazul que se creó precisamente por si había la oportunidad de administrar a Alianza con un manejo gerencial y empresarial. La Promotora se forma con esa idea.  

¿Cuáles son las propuestas de la Promotora Blanquiazul para salir de esta crisis?
Hemos hecho llegar dos propuestas: la primera es hacer una inversión de 4 millones de dólares para pagar parte de la deuda de SUNAT y parte de la deuda de los trabajadores y jugadores. Luego de varias reuniones con la alta gerencia de SUNAT ésta respondió que prefería que se comprara la deuda tributaria. Sin embargo, los asesores financieros nos dijeron que no era una buena idea porque al comprar la acreencia del otro acreedor, solo estas comprando un lugar en la mesa de acreedores pero la situación sigue siendo la misma. No hay dinero fresco. La segunda propuesta era respetar el Plan de Reestructuración (PR) de 12 años que SUNAT ya tiene con las administraciones que ellos han nombrado, y utilizar el aporte de los inversionistas no para pagarles sino para generar más recursos económicos e institucionales complementarios. Se les dijo que sin recursos nuevos el club no podía generar los flujos para pagar las deudas, mejorar institucionalmente y tener un equipo competitivo. El análisis de los flujos muestra que los ingresos que el club tiene actualmente no son suficientes incluso para cumplir con el Plan que los administradores han presentado. Es más, se ha generado más deuda a través de las administraciones temporales, no solo deuda concursada (no se ha pagado y cada día crece por los intereses) sino también nueva deuda corriente (Essalud, CTS, etc). Cada día la deuda de Alianza sigue creciendo. 


Este esquema de la SUNAT no está funcionando, entonces, ¿por qué se mantiene?
Definitivamente no está funcionando, es un fracaso, la U no paga nada, Cienciano se ha ido a segunda y el único que se salva es Melgar. Todos deben más. Estoy seguro que el próximo gobierno tendrá que corregir. Parece que hay gente que quiere que Alianza tenga más deuda. Actualmente la deuda estimada está en 50 millones de soles y va creciendo.


¿Cuál es la salida a esta crítica situación?
Creo que Alianza necesita de recursos frescos que generen ingresos para poder pagar, pero como somos un club de fútbol necesitamos triunfos deportivos y para ello hay que invertir.  Los montos son altos, no se trata de filantropía.  Se estima que el club necesita una inyección de 7 u 8 millones de dólares que para mayor seguridad pueden ser colocados en fideicomisos en la banca.  El fideicomiso es una figura bancaria donde tú tienes un fondo que lo administra un banco y que tiene fines específicos, que no se pueden sacar o usar con otros fines. Por ejemplo, un fideicomiso para menores, otro para infraestructura del club (palcos, sede, etc.) que atraigan más socios, y un monto para bajar deuda de trabajadores y el día a día. En este esquema sólo se le pagaría a la SUNAT lo establecido por cuotas en el PR a 12 años.


¿Y qué les dijo la SUNAT?
Nos respondieron que la ley no lo permitía, que era interesante pero que ellos tenían el mandato de cobrar. En otras palabras no me interesa el crecimiento de los clubes sino que se ajusten y paguen. No hay la figura de concesión. Nos dijeron que la única figura que hay es el PR, donde si no se cumple se podría liquidar. Sales del proceso concursal si tú incumples tres veces el PR. Cuando asume Bustos acuerda con la SUNAT que no va a pagar hasta abril del 2016, pero los intereses siguen corriendo. Es decir, no pagamos pero cada día debemos más. 


¿La deuda es impagable, entonces?
Por supuesto. No se va a poder pagar en este esquema. Se tiene que generar inversiones. Tiene que haber un plan de negocios que genere grandes recursos para pagar deudas e invertir en Alianza. Solo la taquilla, la tv o la camiseta no alcanza. Aquí también hay un tema de cultura organizacional, los socios tenemos que asumir que la casa está embargada y que si no queremos perderla hay que tener un esquema empresarial; no hay otra.  Soy pesimista. Con el menor crecimiento económico y la incertidumbre política, va a ser difícil que esta operación se realice.


¿Cuál es tu opinión sobre estos meses que está Bustos como administrador?
Ya tiene 9 meses en el cargo y no ha conseguido nuevos ingresos significativos. La deuda sigue creciendo y se está haciendo poco para revertirlo. Esto es lo que hay. Sus referencias profesionales en cargos de gerencia son buenas pero no tiene experiencia previa en empresas o clubes concursados, un requisito que está en la norma (10 años de experiencia) y que los funcionarios de SUNAT que lo nombraron incumplieron. En general las administraciones no tienen incentivos para pensar en temas institucionales o de reformas de largo plazo. No es su misión crecer o reformar. Entonces, estamos atrapados en estos momentos. Nadie va a meter un dólar hasta que las reglas de juego no estén claras. Y esto va a pasar con el cambio de gobierno. Mientras tanto hay que esperar.


Fuente: Soy Alianza

sábado, 2 de enero de 2016

Memorias de un aliancista (II): la tarde que vi el último gol de Pizarro con Alianza en el Callao

Una tarde de fútbol en el Callao



En el Callao de finales de los noventa, no era fácil permanecer indiferente al fútbol. Más aún si vivías en la avenida Colonial y cada mes tenías a la Trinchera Norte o al Comando Sur frente a la puerta de tu casa, en sus acostumbradas "caminatas" rumbo al estadio Miguel Grau. Los escasos policías que acompañaban a la turba visitante nunca eran suficientes y las personas más desafortundas que se topaban con esa marea humana, eran víctimas frecuentes de robos al paso y agresiones físicas. Los más rápidos lograban escapar y se refugiaban en las pocas bodegas que se arriesgaban a seguir abiertas durante el paso de aquella procesión bulluciosa con olor a pasta. Me encantaba de ver a las barras bravas descender por el bypass de Fauccett con Colonial y me imaginaba cantando junto a ellas: era todo un espectáculo, casi como la procesión Octubre del Señor de los Milagros, a la que tampoco nunca he acompañado hasta el día de hoy. 

Ya de niño me fascinaban este tipo de acontecimientos, a pesar de que muchos domingo me tuviera que mantener atrincherado dentro de mi edicificio de la cuadra 52 de la Colonial al ver pasar a los barristas más aguerridos del fútbol peruano: el afamado Comado Svr. Los veía pasar desde las Torres de San José en donde vivía (frente a donde hoy se levanta un moderno Plaza Vea), anhelando algún día poder acompañarlos rumbo a lo que en aquella época me parecía un mítico estadio Miguel Grau, solo digno de los hinchas chalacos más gamberros y rudos, tal como describe mi amigo Balo Sánchez León en su La balada del gol perdido.


Pepe era el hijo mejor de mi tía Delma, la hermana mayor de mi mamá y el primo con quien tenía más afinidad a pesar de la diferencia de edad: ocho años. Creo que mi mamá hasta hoy también se siente muy cercana a él ya que es su madrina. Además, era el único de mis primos que vivía en la gran casa de mi abuela Olga en la urbanización Vipol, muy cerca al aeropuerto Jorge Chavéz. En Agosto de 1999, Pepe ya tenía 18 años y yo apenas 10, por lo que mi mamá le pidió que me llevará a ver un partido de fútbol. Ya he relatado anteriormente que todos mis primos eran de la U y Pepe no era la excepción, por lo que el que me llevara hasta Matute no fue un posibilidad en absoluto aquella vez. 

Por ello, aquel domingo 15 de Agosto de 1999 el partido Sport Boys-Alianza Lima se prestaba para la ocasión. Pepe tan solo debía "hacer el esfuerzo" de acompañar hasta el Miguel Grau a su pequeño primo y a cambio recibiría -seguramente-una jugosa propina de parte de mi madre, que después de su primera experiencia en el Estadio Nacional conmigo no estaba dispuesta a repetir el plato. De mi casa solo había que cruzar la avenida y tomar las pequeñas combis que pasaban por la misma Colonial (aquellas que te llevaban hasta La Punta) y que te dejan hasta la actualidad en la misma puerta del estadio, frente al cementerio Presbitero Maestro. Todo esto, claro, con mucha anticipación, para evitar al Comando Sur, según me había advertido mi primo .


Guardo en la memoria aquella tarde nublada llegando al estadio con mucha prisa de la mano de Pepe. Y a pesar de tener entradas preferenciales de "butaca" en Occidente, terminamos viendo el partido parados, pues todos los asientos de ese sector -unas sillas de color rojo de amplios respaldares- estaban ocupadas. Es más, detrás de ellas habían dos filas más de gente, por lo que ver el partido resultó casi imposible. Tuve que aprovechar mi tamaño y escabullirme entre las piernas de los adultos para poder llegar hasta el borde la tribuna y poder contemplar el campo de juego, de un color verde amarillento. Estaba llego de tiras de papel blanco, el cual condunfí con rollos de papel higiénico. El partido ya había empezado y los afiebrados gritos de unos señores uy viejos hinchas del Boys se hacían escuchar a ambos lados de mi cabeza. Los miré con rabia, pues estaban ocupando los asientos que me correspondían, pero no les pude decir nada. A los diez años no era aconsejable enfrentarse con un tipo que sextuplicaba tu edad.

El último gol de Pizarro en Alianza

En aquella época, mi imaginación infantil se alimentaba con los goles de Claudio Pizarro. Aún no lo sabía, pero aquella tarde el futuro "bombardero de los andes" marcaría lo que sería su último gol con la camiseta de Alianza Lima. El fin de semana anterior, se había despachado a sus anchas anotando una 'manito' ante el Unión Minas en Matute (7-1) en el partido que se dijo terminó de convencer a los empresarios del Werder Bremen alemán para llevárselo a Europa. También se comentó que en realidad habían llegado a ver a otra promesa: al joven zaguero Sandro Baylón, quien perdería la vida cuatro meses más tarde en un accidente automovilistico en la Costa Verde. 


Alianza Lima llegaba en racha, con tres victorias consecutivas. Tenía jugadores interesantes como Tressor Moreno, Henry Quinteros, John Hinostroza, David Chévez y el propio Pizarro. Sin embargo, en aquellos años, el equipo chalaco siempre fue un rival muy díficil, especialmente cuando jugaba de local. En 1998, había quedado fuera de la definición del torneo clausura por diferencia de goles y ese Agosto del 99, de la mano del mismo DT César 'chalaca' Gonzales, buscaba revancha. Yo estaba un poco decepcionado, pues mi jugador favorito del equipo, el arquero Christian "loco" Del Mar, había sido relegado a la banca de suplentes por un colombiano de apellido Galvis, denominado "la moña" por su curioso peinado. Al parecer, el popular "loco" y el DT aliancista de aquel año, Edgar Ospina, no se llevaban de la mejor manera.

En medio de la tribuna, escuchaba la voz de Pepe desde mis espaldas, repitiendome que no me alejara, pero mis ojos estaban puestos en el partido y en cómo mi Alianza era dominado por un empeñoso Boys. Los locales anotaron rápido con un tiro libre de Pinillos ante una floja respuesta del arquero Galvis, un error que a la postre le costaría el puesto: el loco del Mar regresaría al arco aliancista y con él campeonaríamos el Clausura 99. Pizarro puso el empate transitorio. No recuerdo si lo grité o no ya que estaba en medio de los viejos hinchas del Boys, pero era un niño de diez años inocente y seguramente me ganó el sentimiento. No obstante, mi alegría no duró mucho pues el brasileño Marquinho, el mismo que había vestido la camiseta aliancista e inclusó campeonó con nosotros en 1997, convirtió un penal antes del final del primer tiempo, sentenciando el partido por 2-1. 



La semana siguiente, el 21 de Agosto de 1999, Claudio Pizarro se despidió de Alianza Lima con un triunfo de 2-1 frente a Cristal. Los goles fueron de Moreno y Baylón. Dejó al equipo encaminado al título de Clausura, tarea que finalmente se concretó tras 22 fechas y con 47 puntos en la bolsa, cinco más que Universitario.  Yo, por mi parte, nunca olvidaré esa primera experiencia en el estadio del Callao, de niño, casi en solitario, en una tribuna visitante, de pie, gritanto y aplaudiendo, derrotado, pero al final del torneo campeón. Extraño regresar al Callao para enfrentar al Boys. Es un equipo aguerrido y que siempre da pelea, pero que por problemas económicos hoy deambula en segunda división.

Mi abuela Olga, fallecida hace cuatro años, vivía en el jirón Cañete 169, cerca a la avenida Saenz Peña, por la SUNARP. Ella siempre me decía que por haber vivido en mi infancia en Bellavista debía ser del Boys. También mi papá, hincha de Alianza, me comentó alguna vez que simpatizaba con el equipo rosado. En mi caso, no sé si sea cariño lo que sienta por la camiseta rosada. Lo que me embarga hoy en día es la nostalgia. La nostalgía de haber conocido aquella tarde la derrota, de creerme invencible para siempre y que de pronto un grupo de once mortales vestidos de rosado me hayan dado una cachetada con la dura realidad de lo que es el fútbol.