sábado, 2 de enero de 2016

Memorias de un aliancista (II): la tarde que vi el último gol de Pizarro con Alianza en el Callao

Una tarde de fútbol en el Callao



En el Callao de finales de los noventa, no era fácil permanecer indiferente al fútbol. Más aún si vivías en la avenida Colonial y cada mes tenías a la Trinchera Norte o al Comando Sur frente a la puerta de tu casa, en sus acostumbradas "caminatas" rumbo al estadio Miguel Grau. Los escasos policías que acompañaban a la turba visitante nunca eran suficientes y las personas más desafortundas que se topaban con esa marea humana, eran víctimas frecuentes de robos al paso y agresiones físicas. Los más rápidos lograban escapar y se refugiaban en las pocas bodegas que se arriesgaban a seguir abiertas durante el paso de aquella procesión bulluciosa con olor a pasta. Me encantaba de ver a las barras bravas descender por el bypass de Fauccett con Colonial y me imaginaba cantando junto a ellas: era todo un espectáculo, casi como la procesión Octubre del Señor de los Milagros, a la que tampoco nunca he acompañado hasta el día de hoy. 

Ya de niño me fascinaban este tipo de acontecimientos, a pesar de que muchos domingo me tuviera que mantener atrincherado dentro de mi edicificio de la cuadra 52 de la Colonial al ver pasar a los barristas más aguerridos del fútbol peruano: el afamado Comado Svr. Los veía pasar desde las Torres de San José en donde vivía (frente a donde hoy se levanta un moderno Plaza Vea), anhelando algún día poder acompañarlos rumbo a lo que en aquella época me parecía un mítico estadio Miguel Grau, solo digno de los hinchas chalacos más gamberros y rudos, tal como describe mi amigo Balo Sánchez León en su La balada del gol perdido.


Pepe era el hijo mejor de mi tía Delma, la hermana mayor de mi mamá y el primo con quien tenía más afinidad a pesar de la diferencia de edad: ocho años. Creo que mi mamá hasta hoy también se siente muy cercana a él ya que es su madrina. Además, era el único de mis primos que vivía en la gran casa de mi abuela Olga en la urbanización Vipol, muy cerca al aeropuerto Jorge Chavéz. En Agosto de 1999, Pepe ya tenía 18 años y yo apenas 10, por lo que mi mamá le pidió que me llevará a ver un partido de fútbol. Ya he relatado anteriormente que todos mis primos eran de la U y Pepe no era la excepción, por lo que el que me llevara hasta Matute no fue un posibilidad en absoluto aquella vez. 

Por ello, aquel domingo 15 de Agosto de 1999 el partido Sport Boys-Alianza Lima se prestaba para la ocasión. Pepe tan solo debía "hacer el esfuerzo" de acompañar hasta el Miguel Grau a su pequeño primo y a cambio recibiría -seguramente-una jugosa propina de parte de mi madre, que después de su primera experiencia en el Estadio Nacional conmigo no estaba dispuesta a repetir el plato. De mi casa solo había que cruzar la avenida y tomar las pequeñas combis que pasaban por la misma Colonial (aquellas que te llevaban hasta La Punta) y que te dejan hasta la actualidad en la misma puerta del estadio, frente al cementerio Presbitero Maestro. Todo esto, claro, con mucha anticipación, para evitar al Comando Sur, según me había advertido mi primo .


Guardo en la memoria aquella tarde nublada llegando al estadio con mucha prisa de la mano de Pepe. Y a pesar de tener entradas preferenciales de "butaca" en Occidente, terminamos viendo el partido parados, pues todos los asientos de ese sector -unas sillas de color rojo de amplios respaldares- estaban ocupadas. Es más, detrás de ellas habían dos filas más de gente, por lo que ver el partido resultó casi imposible. Tuve que aprovechar mi tamaño y escabullirme entre las piernas de los adultos para poder llegar hasta el borde la tribuna y poder contemplar el campo de juego, de un color verde amarillento. Estaba llego de tiras de papel blanco, el cual condunfí con rollos de papel higiénico. El partido ya había empezado y los afiebrados gritos de unos señores uy viejos hinchas del Boys se hacían escuchar a ambos lados de mi cabeza. Los miré con rabia, pues estaban ocupando los asientos que me correspondían, pero no les pude decir nada. A los diez años no era aconsejable enfrentarse con un tipo que sextuplicaba tu edad.

El último gol de Pizarro en Alianza

En aquella época, mi imaginación infantil se alimentaba con los goles de Claudio Pizarro. Aún no lo sabía, pero aquella tarde el futuro "bombardero de los andes" marcaría lo que sería su último gol con la camiseta de Alianza Lima. El fin de semana anterior, se había despachado a sus anchas anotando una 'manito' ante el Unión Minas en Matute (7-1) en el partido que se dijo terminó de convencer a los empresarios del Werder Bremen alemán para llevárselo a Europa. También se comentó que en realidad habían llegado a ver a otra promesa: al joven zaguero Sandro Baylón, quien perdería la vida cuatro meses más tarde en un accidente automovilistico en la Costa Verde. 


Alianza Lima llegaba en racha, con tres victorias consecutivas. Tenía jugadores interesantes como Tressor Moreno, Henry Quinteros, John Hinostroza, David Chévez y el propio Pizarro. Sin embargo, en aquellos años, el equipo chalaco siempre fue un rival muy díficil, especialmente cuando jugaba de local. En 1998, había quedado fuera de la definición del torneo clausura por diferencia de goles y ese Agosto del 99, de la mano del mismo DT César 'chalaca' Gonzales, buscaba revancha. Yo estaba un poco decepcionado, pues mi jugador favorito del equipo, el arquero Christian "loco" Del Mar, había sido relegado a la banca de suplentes por un colombiano de apellido Galvis, denominado "la moña" por su curioso peinado. Al parecer, el popular "loco" y el DT aliancista de aquel año, Edgar Ospina, no se llevaban de la mejor manera.

En medio de la tribuna, escuchaba la voz de Pepe desde mis espaldas, repitiendome que no me alejara, pero mis ojos estaban puestos en el partido y en cómo mi Alianza era dominado por un empeñoso Boys. Los locales anotaron rápido con un tiro libre de Pinillos ante una floja respuesta del arquero Galvis, un error que a la postre le costaría el puesto: el loco del Mar regresaría al arco aliancista y con él campeonaríamos el Clausura 99. Pizarro puso el empate transitorio. No recuerdo si lo grité o no ya que estaba en medio de los viejos hinchas del Boys, pero era un niño de diez años inocente y seguramente me ganó el sentimiento. No obstante, mi alegría no duró mucho pues el brasileño Marquinho, el mismo que había vestido la camiseta aliancista e inclusó campeonó con nosotros en 1997, convirtió un penal antes del final del primer tiempo, sentenciando el partido por 2-1. 



La semana siguiente, el 21 de Agosto de 1999, Claudio Pizarro se despidió de Alianza Lima con un triunfo de 2-1 frente a Cristal. Los goles fueron de Moreno y Baylón. Dejó al equipo encaminado al título de Clausura, tarea que finalmente se concretó tras 22 fechas y con 47 puntos en la bolsa, cinco más que Universitario.  Yo, por mi parte, nunca olvidaré esa primera experiencia en el estadio del Callao, de niño, casi en solitario, en una tribuna visitante, de pie, gritanto y aplaudiendo, derrotado, pero al final del torneo campeón. Extraño regresar al Callao para enfrentar al Boys. Es un equipo aguerrido y que siempre da pelea, pero que por problemas económicos hoy deambula en segunda división.

Mi abuela Olga, fallecida hace cuatro años, vivía en el jirón Cañete 169, cerca a la avenida Saenz Peña, por la SUNARP. Ella siempre me decía que por haber vivido en mi infancia en Bellavista debía ser del Boys. También mi papá, hincha de Alianza, me comentó alguna vez que simpatizaba con el equipo rosado. En mi caso, no sé si sea cariño lo que sienta por la camiseta rosada. Lo que me embarga hoy en día es la nostalgia. La nostalgía de haber conocido aquella tarde la derrota, de creerme invencible para siempre y que de pronto un grupo de once mortales vestidos de rosado me hayan dado una cachetada con la dura realidad de lo que es el fútbol. 



 

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